jueves, 30 de abril de 2009

La primavera

Sandro Boticelli, 1476 (o ´77)

lunes, 27 de abril de 2009

Extirpación Nro6

Tramar la venida de un secreto, sin saber ni cómo, ni quién, ni qué, guarda un silencio terrible. Un espanto inabordable, un juego más allá de todo abordar. Y sin embargo un juego. En un juego se va (de) lo terrible, y se viene (a) la palabra, a esta escritura aquí, junto a ustedes, en nuestro silencio, el más dotado de todas las ausencias.
Mi ficción, por su parte, ensaya un abrigo de olvido entre estas letras. Un olvido terrible, que opera desde las sombras, y que hacia las sombras pareciera quedarse (aunque claro, eso ocurre porque todo olvido, por lo "sano" que resulta, no deja de ser un abismo):

"De é-sta letra, de aquí en más, todas, y en todas, cada una de ellas, son de una ausencia mía, acerca de alguien, que pierdo en esta escritura."

Hecho estas palabras "al viento". Para nada. Para nadie. Y todo hecho, queda escrito.

viernes, 24 de abril de 2009

Extirpación Nro 5

El Proceso de transvaloración entre el carácter diferencial de las fuerzas que componen mi nombre: mi inconsciente afirmó la decadencia, y llevó a que mi actividad corporal afirme todos mis vicios, del mismo modo que todos mis placeres. De esa forma, los niveló, los puso a la par. Luego mis placeres y mis vicios, se contaminaron de su otro respectivo: mis vicios, un placer; mis placeres, un vicio. Perceptiblemente previsible, y sin embargo, siempre inconsciente, esa dinámica se acentuó en una circularidad. La circularidad en forma de hábito, en una cotidianidad que permite figurarse en un círculo, cuando el individuo se encuentra situado en una débil organización de las fuerzas, ante la solidez obcecada en la figura del círculo, una imaginación, una memoria, ya con el círculo, han de convertirlo en el laberinto del cual, aquél, no encuentra fuga aunque su posibilidad la intuya. Esto se debe a que lo terrible o siniestro del laberinto, es que como su círculo es en permanente desplazamiento, en su desligamiento produce una temporalidad extática, en la que se está siempre en el mismo sitio, y un lugar u otro, no hacen la diferencia: todas sus puertas y pasadizos “abiertos”, son el modo de su ser cerrado; lo que significa, dicho lúdicamente, que allí no hay tiempo, sino una infinitud trágica. Lo trágico es por una doble circunstancia en el pesar: el círculo patentiza un amor devenido en melancolía. Una y otra, como efectos envenenados, contaminadas de su contrario, acechadas por la muerte, se cristalizan con el sabor del presente continuo, haciendo luz acerca de la necesidad de impostar una eternidad que nos vea morir frente a ella. Esto no señala a un Dios categorialmente definido desde la razón, o la fe, porque tampoco remite a doctrina alguna. Pero sí remite a alg-o-uien como lo divino in absurdum, imposible absoluto de la serie, la fuerza inerte, negada, ausente, que contiene el laberinto. El laberinto, ahora con un trasfondo señalado, es la repetición de la perpetua decadencia de amar lo que no es, como de estar dolido por una no huella en el mundo. Un dolor que es parásito, infecundo y abisal. Un dolor que mi inconsciente al repetir el juego absorto, lo aleja sin poder irse, siendo una inútil espera, quedándose entre el vicio del placer y el placer del vicio.

Nosotros, los débiles, afianzamos todo aquello que no auguramos destruir, y por ello lo destruimos con el tiempo, debo decir mejor, que es el tiempo quien lo destruye, mas con ello a nosotros, aunque claro, ante esa demanda, el tiempo ya nos ajusticia antes, así la espera a un muerto, es de un muerto.

sábado, 18 de abril de 2009

Extirpación Nro 4

Me cansa tener gente alrededor
si no meto un trago llega el mal humor
Mentiras amables veneno paciente
y nada de lo que supimos desear.

Desde cuando sos, tan sensible vos
Indio Solari. Veneno paciente.

Esto es un pecado, lo sé: ya no aplicar fuerzas ni siquiera para pecar; jugar al sometimiento porque ni su resistencia ni la opresión cambian nada aunque quisieran; contemplar la carne en su coqueteo que inutilmente esperaría la flecha que la penetre; no comer porque violentaré al cosmos; este es el hundimiento mismo, ya me traiciono a capa y espada, y me odio con escaso orgullo: donde no hay budismo que justifique, donde no hay cristianismo que sancione, y sin embargo, aprisionado en un doloroso tumor, la de mi cobardía frente a mi destino.
Destino, de todas formas, que como expresión, muy conclusiva, determinante por determinada, mas por eso mismo, absolutamente indeterminada: La incertidumbre del destino. Me pregunto ahí, si la cobardía es por lo incierto, si es ante la incertidumbre, o si es a la apariencia de determinación.

O si es ante la posibilidad del pasado.

Siempre ante la posibilidad del pasado. En el fondo, que no existe, somos superficies con sed de venganza. Mi sed de venganza se ha vuelto invisible, volatilizada en una ausencia, esparcida en la inmaterialidad de un sueño material, en alguien que no va a estar.

Y el amor luego es un sueño sin lugar, deambula por ahí, sin saberse vivo, sin saberse rumiando, sin recordarse jocoso, danzarín: ardilla.

No, no sé dónde he de estar llendo. Pero sí, que estoy llendo. Eso, me asusta: la venganza que no encuentra sed en mí, ha volado y se ha posado en la aguja del tiempo. Entonces el tiempo, de juez pasa a tirano, se venga de mí, de mi impotencia, germinando en mi falta de venganza, el asidero de mi infierno, ligándome al dolor del quiebre imposible: todo marcha, sin detenerse, sin un dónde, y como no sé matar, como no atrevo a matar, como soy el cobarde empuñando el cuchillo mientras vacila, me quedo sin morir. ¿A quien espero para morir?, ¿con quién, por fin, empuñaré mi muerte, con quién mataré?, ¿a quién mataré?, y ¿me mataré, por fin?