viernes, 30 de septiembre de 2011

martes, 27 de septiembre de 2011

Everything in its right place

Escribo para

yo

élla
nosotros
vosotros
ellos

Delimitación afectiva

Hace falta lo común,
pero no sin constancia,
además de reciprocidad
en la tensión compartida
en silencio.

No puede ser
si no hay paralelo
en los gestos,
Ni puede haber
si no hay profundidad
en el trazo del tiempo,
aún contando con
el suspenso.


De otro modo
es
capricho,
obstinación,
obsesión;

reducción.

De otro modo
no es
deseo,
el riesgo de querer
a quien se quiere (querer).

Entre uno y otro querer,
sólo hay un paso
¡imperceptible!
que diferencia:

Atreverse a
leer al otro;
leerse a sí.

Y claro;
-leer-
lo que
acontece.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Del árbol de la montaña

El ojo de Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba solo por los montes que rodean la ciudad llamada «La Vaca Multicolor»: he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el árbol junto al cual estaba sentado el joven y dijo:
Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.


Entonces el joven se levantó consternado y dijo: «Oigo a Zaratustra, y en él estaba precisamente pensando.» Zaratustra replicó:
«¿Y por eso te has asustado? - Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol.
Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, - hacia el mal.»
«¡Sí, hacia el mal!, exclamó el joven. ¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi alma?»
Zaratustra sonrió y dijo: «A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente».
«¡Sí, hacia el mall, volvió a exclamar el joven.


Tú has dicho la verdad, Zaratustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura ya no tengo confianza en mí mismo, y ya nadie tiene confianza en mí, - ¿cómo ocurrió esto?
Me transformo demasiado rápidamente: mi hoy refuta a mi ayer. A menudo salto los escalones cuando subo, - esto no me lo perdona ningún escalón.
Cuando estoy arriba, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer. ¿Qué es lo que quiero yo en la altura?
Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube. ¿Qué es lo que quiere éste en la altura?
¡Cómo me avergüenzo de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!»
Aquí el joven calló. Y Zaratustra miró detenidamente el árbol junto al que se hallaban y dijo:
«Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal.
Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendiese: tan alto ha crecido.


Ahora él aguarda y aguarda, - ¿a qué aguarda, pues? Habita demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?».
Cuando Zaratustra hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: «Sí, Zaratustra, tú dices verdad. Cuando yo quería ascender a la altura, anhelaba mi caída, ¡y tú eres el rayo que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo desde que tú nos has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha destruido!» - Así dijo el joven, y lloró amargamente.
Mas Zaratustra lo rodeó con su brazo y se lo llevó consigo. Y cuando habían caminado un rato juntos, Zaratustra comenzó a hablar así:
Mi corazón está desgarrado. Aún mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que corres.
Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto insomne y te ha desvelado demasiado. Quieres subir a la altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos tienen sed de libertad.


Tus perros salvajes quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone abrir todas las prisiones.
Para mí eres todavía un prisionero que se imagina la libertad: ay, el alma de tales prisioneros se torna inteligente, pero también astuta y mala.
El liberado del espíritu tiene que purificarse todavía. Muchos restos de cárcel y de moho quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro.
Sí, yo conozco tu peligro. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes de ti tu amor y tu esperanza!
Todavía te sientes noble, y noble te sienten todavía también los otros, que te detestan y te lanzan miradas malvadas. Sabe que un noble les es a todos un obstáculo en su camino.


También a los buenos un noble les es un obstáculo en su camino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo que quieren es apartarlo a un lado.
El noble quiere crear cosas nuevas y una nueva virtud. El bueno quiere las cosas viejas, y que se conserven.
Pero el peligro del noble no es volverse bueno, sino insolente, burlón, destructor.


Ay, yo he conocido nobles que perdieron su más alta esperanza. Y desde entonces calumniaron todas las esperanzas elevadas.
Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de más de un día.
“El espíritu es también voluptuosidad” - así dijeron. Y entonces se le quebraron las alas a su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y mancha todo lo que roe.


En otro tiempo pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es para ellos el héroe.
Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!.


Así habló Zaratustra.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Hermeto

domingo, 11 de septiembre de 2011

Sonajeros



Flopa Manza Minimal

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El gusto por la espera

"La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces"

Luis Rossi, a momentos de terminar su exposición del "Mitsein" mientras unos compañeros querían dar un comunicado que no hicieron por ansiosos.

exordio

en mi hogar,
rige una ley:
quien entra,
o es mi bienvenido
y será agasajado,
o es un enemigo
que será expulsado.

la casa
se reserva
el derecho
de admisión;
con la malaeducación
a otra parte.

domingo, 4 de septiembre de 2011

§23. La espacialidad del "ser en el mundo"

Por "desalejamiento" como forma de ser del Dasein en lo que respecta al "ser en el mundo", no entendemos lo que llamamos la "lejanía" ("cercanía"), ni mucho menos "distancia". Usamos el término "desalejamiento" en un sentido activo y transitivo. El término mienta una estructura del ser del Dasein por respecto a la cual el alejar algo, por ejemplo quitándolo de en medio, es sólo un medio determinado, fáctico. "Desalejar" quiere decir hacer desaparecer la lejanía de algo, es decir, acercamiento. El Dasein es esencialmente des-alejador: en cuanto es el ente que es, permite que en cada caso hagan frente entes en la cercanía. El des-alejamiento descubre la lejanía. (...)
"Una media hora", no son treinta minutos, sino una duración que no tiene "longitud" alguna en el sentido de una extensión cuantitativa. Es una duración interpretada en cada caso partiendo de habituales, cotidianas maneras de "curarse de". (...) Un camino "objetivamente" largo puede ser más corto que otro "objetivamente" más corto, pero que quizá es "difícil" y se le hace a uno infinitamente largo. (...) Se siente la inclinación a considerar "subjetivas" semejantes interpretaciones del desalejamiento y estimación. Pero se trata de una "subjetividad" que quizá descubre lo más real de la "realidad" del mundo; de una "subjetividad" que no tiene nada que ver con el arbitrio "subjetivo" y las "concepciones" subjetivistas de un ente que por lo demás sería "en sí".
Cuando el Dasein trae, en el "curarse de", algo a su cercanía, esto no significa fijar nada en un lugar del espacio situado a la mínima distancia de algún punto del cuerpo. (...)
Todo acercamiento ha tomado ya por anticipado una dirección hacia un paraje desde el cual se acerca lo des-alejado para hacerse encontradizo en su sitio. El "curarse de" "viendo en torno" es des-alejar "en una dirección".

Ser y Tiempo,
Martin Heidegger

sábado, 3 de septiembre de 2011

Filosofia



Noel Rosa x Chico Buarque

viernes, 2 de septiembre de 2011

La necesidad del hombre

La humanidad tiene hambre, es cierto. Pero tiene hambre ¿de qué? y ¿cómo? Aún tiene hambre, en el sentido literal, para la mitad de sus miembros, y este hambre hay que satisfacerla, es cierto. Pero ¿sólo tiene hambre de alimento? ¿En qué difiere, entonces, de las esponjas o de los corales? ¿Por qué ese hambre, una vez satisfecho, deja siempre aparecer otras preguntas, otras demandas? ¿Por qué la vida de las capas que, en todas las épocas, han podido satisfacer su hambre, o de las sociedades enteras que pueden hacerlo hoy, no ha llegado a ser libre -o se ha vuelto vegetal? ¿Por qué la saciedad, la seguridad y la copulación ad libitum en las sociedades escandinavas, pero también, cada vez más, en todas las sociedades de capitalismo moderno (mil millones de individuos) no ha hecho surgir individuos y colectividades autónomas? ¿Cuál es la necesidad que estas poblaciones no pueden satisfacer? Que se diga que esta necesidad es constantemente mantenida en la insatisfacción por el progreso técnico, que hace surgir nuevos objetos, o por la existencia de capas privilegiadas que ponen ante los ojos de los demás otros modos de satisfacerla -y se habrá concedido lo que queremos decir: que esta necesidad no lleva en sí misma la definición de un objeto que podría colmarlo, como la necesidad de respirar encuentra su objeto en el aire atmosférico, que nace históricamente; que ninguna necesidad definida es la necesidad de la humanidad. La humanidad tuvo y tiene hambre de alimentos, pero también tuvo hambre de vestidos y, después, de coches y televisión, tuvo hambre de poder y hambre de santidad, tuvo hambre de ascetismo y desenfreno, tuvo hambre de mística y de saber racional, tuvo hambre de calor y fraternidad, pero también hambre de sus propios cadáveres, hambre de fiestas y tragedias, y ahora parece tener hambre de Luna y de planetas. Es necesaria una buena dosis de cretinismo para pretender que se inventaron todas estas hambres porque no se comía ni se jodía bastante.
El hombre no es esa necesidad que comporta su «buen objeto» complementario, una cerradura que tiene su llave (que hay que volver a encontrar o fabricar). El hombre no puede existir sino definiéndose cada vez como un conjunto de necesidades y de objetos correspondientes, pero supera siempre esas definiciones -y, si las supera (no solamente en un virtual permanente, sino en la efectividad, del movimiento histórico), es porque salen de él mismo, por que él las inventa (no en lo arbitrario ciertamente, siempre está la naturaleza, el mínimo de coherencia que exige la racionalidad, y la historia precedente), porque por lo tanto, él las hace haciendo y haciéndose, y porque ninguna definición racional, natural o histórica permite fijarla de una vez por todas.


Cornelius Castoriadis,
La institución imaginaria de la sociedad, pp 217

Norma de vida

Pues, ciertamente, sólo una torva y triste superstición puede prohibir el deleite. ¿Por qué saciar el hambre y la sed va a ser más decente que desechar la melancolía? Tal es mi regla, y así está dispuesto mi ánimo. Ningún ser divino, ni nadie que no sea envidioso, puede deleitarse con mi impotencia y mi desgracia, ni tener por virtuosos las lágrimas, los sollozos, el miedo y otras cosas por el estilo, que son señales de un ánimo impotente. Muy al contrario: cuanto mayor es la alegría que nos afecta, tanto mayor es la perfección a la que pasamos, es decir, tanto más participamos necesariamente de la naturaleza divina. Así, pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas cuanto sea posible (no hasta la saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre sabio. Quiero decir que es propio de un hombre sabio reponer fuerzas y recrearse con alimentos y bebidas agradables, tomados con moderación, así como gustar de los perfumes, el encanto de las plantas verdeantes, el ornato, la música, los juegos que sirven como ejercicio físico, el teatro y otras cosas por el estilo, de que todos pueden servirse sin perjuicio ajeno alguno. Pues el cuerpo humano está compuesto de numerosas partes de distinta naturaleza, que continuamente necesitan alimento nuevo y variado, a fin de que todo el cuerpo sea igualmente apto para hacer todo lo que puede seguirse de su naturaleza, y, consiguientemente, a fin de que también el alma sea igualmente apta para conocer al mismo tiempo muchas cosas. Y así, esta norma de vida concuerda muy bien con nuestros principios y con la práctica común; por lo cual, si hay alguna regla de vida que sea la mejor, lo es ésta, así como la más recomendable en todos sentidos.


Baruch Spinoza,
Ethica IV, PXLV,Esc.