viernes, 11 de julio de 2008

Los Santos Inocentes.


Los Santos Inocentes.
1984.
105 min.
España.
Drama.
Fragmento.

Un cielo. Pájaros. Un viejo meándose las manos. Pájaros. Disparos y patrones. Pájaros.
Me obsequian una conexión: Los santos inocentes (LSI) de Mario Camus es guardada en la imagen de La rabia, (2008) de Albertina Carri (
Aunque la diferencia es clara: La rabia gusta del símbolo-fetiche: sangre; muerte no, matanza; violencia visual; los sexos excedidamente desnudos, etc.). El mundo, una población de soledades. La vía es la razón que se encara sacralizada por sacramentos de fe. La razón que se instaura como “(La Razón) El Espíritu.”. La referencia viene por sí sola: el amigo Hegel. Porque una permanencia dramática anudada en la asunción naturalista en el orden de las relaciones sociales, abriendo lecho a la rama de servidumbre, esclavitud, o concretamente, los esclavos y los siervos habidos y por haber, LSI se explicita en el esquema de amo y esclavo: “a mandar que para eso estamos” es la insignia de la base del esquema social del relato: la familia que le sirve a otra familia, abierta y al par abriendo una red de servicios donde hay un medio que intercede entre una degradación como en una cumbre. Pero se burla; la película es una incomodidad, un malestar del espectador, el espectador se siente asqueado, no quiere más, y de pronto advierte que la crudeza del escenario natural, campestre, los animales, y sus ciclos de vida, mas también las rutinas de los campesinos, todo incomoda y sin embargo vislumbra: la burla no es más que desdén, indiferencia, risa, alegría. Si elegimos como protagonista a la familia en la que se desgarran los detalles psicológicos, el patetismo se congela en permanencia de la identidad de cada integrante de la familia. Porque no se trata de descubrir un rol tan explícito como morboso, sino más bien de ver para donde van esa explicitación y esa morbosidad: una niña-chica a la que su rostro le pertenece una oscuridad que a puertas abiertas recibe el rugido demoníaco que alienta los demonios de la profundidad misma en que consiste ser parte de esa familia. ¿Acaso una herencia de “la humanidad”, algo así como una idea hinduista en la que todos tienen una vida pasada que nos consigna en la nuestra como la nuestra, la siguiente, siendo eco de una piedra que se deja jugar en sus saltos de lago? En eso debe consistir la relación amo-esclavo. Este filme, me incomoda del mismo modo que me incomoda cualquier otra cosa que se relaciona directamente con la posibilidad comprensiva de esa relación, en otras palabras, no logro esas ensoñaciones figurativas de ponerme en lugar de amo-esclavo. Es curioso, porque me viene enseguida Marx, y con razón, socialmente, uno siempre es alguien: es en el escenario donde las máscaras muestran su valor. ¿Cómo elegir ordenar entonces, una disposición de relación posible? La respuesta a mí me fastidia, porque Hegel no puede lograr más que la respuesta marxista, es decir, contestar porque uno está en una postura ya asumida, o por asumir, y de ahí la acción que invariablemente implica verse en un lugar que lo contiene a uno y que uno a la vez construye. Esta situación en LSI se da: hay un rechazo, una negación: el loco mata al hijo de puta. ¿Por qué un loco? En un mundo donde todos matan pájaros el loco es quien los alimenta, de esta circunstancia se debe advertir que no debe asombrar sino que no es extraño que se mee las manos en razón de cuidarlas, o así como el espontáneo guardar las ¿mazorcas? con criterio numeral que va del 1 al 11 y del 11 al 44, 43, 45, ..., . Sólo el loco puede estar conectado con aquello que como él está fuera de, los pájaros están para matárseles, usárseles, significárseles; el loco significará, usará y matará. Los pájaros están ahí porque son el mundo: sin pájaros no hay economía, no hay sociedad, no hay plusvalía ni ideología. Sin embargo la pregunta es, “¿por qué un loco?”: el asunto es que sea un marginal, la elección respecto de una lucidez singular como explayadamente dudable hace demasiado tentadora la aproximación al último hombre, el que mata. No se trata de hablar de Nietzsche, la cosa pasa por la asquerosa pregunta referencialista: al matar a Dios, ¿qué se mata?. La discusión acerca de la relación de la dialéctica con Nietzsche definitivamente tiene ahí una mina, nosotros seguimos aquí mirando al loco y su asesinato, y el loco sonríe. Mata, y sonríe. Naturalmente la alegría de un loco viene y va como gusta, aquel que vive tal como pinta fue marginal como los pájaros, del mundo de los usufructos, y por esa razón no supera nada con matar a nadie: el loco es el único que se ha reservado el privilegio de no vivir de acuerdo a lo que otro estableció sin considerar lo ser. Por eso último hombre.
Yo no pensaba acá otra pelea de hegelianos y nietzscheanos, yo acá pensaba que da mucha alegría el
loco, y compensa el absurdo amo-esclavo. ¿Compensa? El espectador está trascendido (hegelianos y nietzscheanos... ).