lunes, 17 de enero de 2011

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Se adivina que yo no quiera despedirme con ingratitud de aquel período de grave y larga enfermedad cuyo proceso hasta hoy no se ha agotado aún para mí: puesto que tengo conciencia de la ventaja que mi salud rica en cambios me otorga en verdad frente a todos los lerdos rechonchos del espíritu. Un filósofo que ha hecho el camino a través de muchas saludes y lo vuelve a hacer una y otra vez, ha transitado a través de muchas filosofías: justamente él no puede actuar de otra manera más que transformando cada vez su situación en una forma y lejanía más espirituales -este arte de la transfiguración es precisamente la filosofía. A los filósofos no les está permitido establecer una separación entre el alma y el cuerpo, tal como lo hace el pueblo y menos aún nos esta permitido separar alma y espíritu. Nosotros no somos ranas pensantes ni aparatos de objetivación ni de registro, con las vísceras congeladas -continuamente tenemos que parir nuestro pensamientos desde nuestro dolor, y compartir maternalmente con ellos todo cuanto hay en nosotros de sangre, corazón, fuego, placer, pasión, tormento, conciencia, destino, fatalidad. Vivir -eso significa, para nosotros trasformar continuamente todo lo que somos en luz y en llama, también todo lo que nos hiere: no podemos actuar de otra manera. Y en cuanto a lo que concierne a la enfermedad: ¿no estaríamos casi tentados a preguntar si es que ella nos es en general prescindible? Sólo el gran dolor es el último liberador del espíritu, en tanto es el maestro de la gran sospecha, que convierte cada U en una X, una genuina y justa X, es decir, la penúltima letra en la última... Sólo el gran dolor, aquel largo y lento dolor que se toma tiempo, en el que nos quemamos por así decirlo, como una madera verde, nos obliga a los filósofos a ascender hasta nuestra última profundidad y a apartar de nosotros toda confianza, toda benignidad, encubrimiento, clemencia, medianía, entre las que previamente habíamos asentado tal vez nuestra humanidad. Dudo si un dolor de este tipo “mejora”; pero sé que nos profundiza. Ya sea que aprendamos a contraponerle nuestro orgullo, nuestra burla, nuestra fuerza de voluntad, y que hagamos como aquel indio que, por grave que fuese la tortura, se resarcía ante su torturador mediante la maldad de su lengua, ya sea que ante el dolor nos retraigamos en aquella nada oriental - se la llama nirvana -, en el mudo ciego, sordo resignarse, olvidarse, extinguirse a sí mismo: de tales largos y peligrosos ejercicios de dominio sobre si mismo se sale convertido en otro hombre, con algunos signos de interrogación más y sobre todo, de ahora en adelante, con la voluntad de preguntar más, más profunda, rigurosa, dura, malvada, tranquilamente que lo que hasta entonces se había preguntado. Se acabó la confianza en la vida: la vida misma se convirtió en problema. ¡Pero no se crea que con esto uno se ha convertido necesariamente en un melancólico! Incluso todavía es posible el amor a la vida -sólo que se ama de otra manera. Es el amor a una mujer que nos hace dudar... Pero el atractivo por lo problemático, la alegría en la X es tan grande en esos hombres más espirituales, más espiritualizados, como para que esa alegría no estalle una y otra vez como una brasa resplandeciente por encima de toda penuria de lo problemático, por sobre todo peligro de la inseguridad, incluso por encima de los celos del amante. Conocemos una nueva felicidad...

F. Nietzsche, La Gaya Ciencia