martes, 11 de mayo de 2010

navegante

En un barco, se puede seguir a cualquiera, pero a un barco, no se sube cualquiera. A un barco, no querrá subirse cualquiera. Quien yá está en él, a él le pertenece. Por eso sigue a cualquiera, pero no cualquiera lo sigue a él. Naufraga en el mar.

¿Y cuánto se puede vivir en naufragio?

Si hay una condena, entre todo lo que determina, ya es la de "estar solo", eso no es lo terrible, lo terrible es el desamparo. Lo otro es costumbre. El desamparo desespera.
Atrás, queda el recuerdo por delante.