domingo, 31 de mayo de 2009

De la tranquilidad de ánimo


Toma tú la parte que quisieres del remedio público, y ante todas cosas has de poner delante todo el vicio, para que cada uno conozca lo que de él le toca; y con esto verás cuánto menos embarazo tienes con el fastidio de ti mismo, que el que tienen aquéllos que, atados a ocupaciones honrosas y trabajando bajo el yugo de magníficos títulos, los detiene en su simulación más la vergüenza que la voluntad. En un mismo paraje están los molestados de liviandad, como los fatigados del fastidio y los que viven en continua mudanza de intentos, agradándoles más los que dejaron, como los que hechos holgazanes están voceando todo el día. Añade a éstos los que, imitando a los que tienen dificultoso sueño, andan mudándose de un lado a otro, hasta que el cansancio les acarrea la quietud, formando de tal modo el estado de su vida, que paran últimamente, no en el que les puso el aborrecimiento de mudanzas, sino en el que les acarreó la vejez, inhábil para nuevas empresas. Añade también los que no desisten de ser livianos por dejar de ser inconstantes, sino que por ser perezosos viven no como desean sino como comenzaron. Innumerables son las calidades de las culpas; y uno solo es el efecto del vicio, que es el de descontentarse de sí mismo. Y esto nace de la destemplanza de ánimo, y de los cobardes o poco prósperos deseos, que no se atreven a tanto como apetecen, o no lo consiguen; y adelantándose en esperanzas, están siempre instables: accidente forzoso a los que viven pendientes del querer ajeno.

Séneca