domingo, 10 de mayo de 2009

Extirpación Nro 8

Sale otro fantasma y vuelve a entrar.
Vicentico.


Nunca hay muchas palabras, aunque paradójicamente abunden. Lo mismo pasa con los fantasmas; entran y salen, entre abundantes y estrepitosos, aunque sean tan singulares.

Pero la realidad se pierde, se engaña a sí misma, cuando el fantasma que surge al encuentro se olvida de sí: se sabe presente y por eso se cree carnal. Se olvida de su condición errante, de su mirada de viento, de que su cuerpo no tiene que ver con lo que llama su deseo, que no es más que un capricho (el deseo del cuerpo, es otra cosa; no será nunca un capricho, el deseo del cuerpo es una necesidad). Se afana en su estadía por su presencia fugaz, augurando un futuro, pues no quiere volver a vivir la misma fugacidad, quiere prolongar su presencia, es así que empieza por asentar una mirada hacia atrás como si hubiera algo sedimentado, por su naturaleza, una huella de sí: el fantasma se olvida de su carencia de lugar, asimila su inexistencia existente a la presencia de una ausencia, que es de un otro infinitamente irredutible, ajeno lleno de misterio.

El fantasma que se advierte de este modo, se figura individuo olvidando ser puro dividuum, se figura en el hábito cotidiano de su cuerpo, y termina engañando al cuerpo que en verdad, es él mismo: hace una epifanía de su rostro y la exige a los fantasmas desesperados de permanencia, instigándolos a esa misma férrea disposición.

El fantasma no quiere partir, no quiere "morir".
Cree que lo que lo compone, es pasado, y el pasado le alivia de lo que es demasiado tarde: la mentira le abre el cielo de las promesas, y construye futuro como si nada, a partir de un presente como si nada.

Se supera y supera, se vuelve un gran mujer, una gran hombre, se asimila de manera tal a la carne que viste su desnudez, que se olvida de la libertad de la carne: del único deseo verdadero que es el de esa carne. La que nunca se logrará traducir sin traicionar.

El fantasma,
transformado en sujeto,
confunde su deseo real
con su capricho intencional.
Su vida,
un bellísimo trazo
de inocente hipocresía,
dura lo que su aflicción,
por una crisis
sin fondo,
interminable.

Por eso un cuerpo es el que aquí escribe, porque yo soy el fantasma que se pierde ante ese cuerpo; por eso es mi cuerpo el que está débil, porque yo soy su parásito contaminante.

Los sujetos, escépticos a lo fantasmagórico, aspiran a un sueño, tan real como la carne que impostan, pero tan inerte como una diversidad de representaciones, como los puros colores de la imaginación, sin un cuerpo que los ofrezca: se trata de una fantástica alegoría de hologramas.
Los sujetos olvidados de su ser fantasma, se quedan sin vivir, a pesar de tanta vida desperdigada en la construcción del presente hacia el futuro, que se guía, sin quererlo!, hacia un puro pasado eternamente presente, en que se reza a los muertos.

***

El fantasma vive de la vida que no tiene,
no tendrá y que es
eternamente hoy;
El sujeto vive de la muerte que no tuvo
para tener eternamente una tumba
a la que escupe y tira flores
acorde a la infinita memoria.

La memoria, que no es de nadie,
una huella de alguien al que aún no le descubrimos su quién.