martes, 13 de marzo de 2012

Tiempo de la salud, tiempo de la enfermedad

La vida se constituye para Nietzsche como tensión de sufrimiento y de placer, tensión en la que ninguno de los dos polos es considerado el elemento determinante o fundamental (de allí su crítica no sólo a los ascetas del ideal sino también a los hedonistas). Pero el dolor es el maestro de la “gran sospecha”, en este sentido permite el acceso a aquello que ha sido ocultado por el monótono-teísmo occidental: el cuerpo como “gran razón”, como pluralidad de fuerzas. El cuerpo “sujetado” se descubre como Selbst, el sí mismo ahogado en toda la historia de la metafísica bajo el peso del Ich. La enfermedad de Occidente se explica en parte por este dominio del Ich, pequeña razón, sobre el sí mismo, generando esa negación de la vida que pone sus esperanzas en los trasmundos, y sobrestima la conciencia como ámbito privilegiado del hombre.

Ante una ética que sostiene un concepto negativo de la felicidad, ante una metafísica que apunta a un estado último, es necesario preguntarse, dirá Nietzsche, si no ha sido la enfermedad la que ha inspirado al filósofo. Porque la enfermedad origina estados que tienden al descanso, al solaz, a la tranquilidad. Sin embargo, la enfermedad también debe generar la movilización de fuerzas que implica la lucha con lo decadente en uno mismo. Por ello, de la enfermedad no salimos “mejorados”, sino que la misma nos “profundiza”, en la medida en que nos presenta la vida como problema, más que como solución.

Mónica Cragnolini

Pinter in Play

Tengo sentimientos confusos acerca de las palabras... Moviéndome entre ellas, ordenándolas, viéndolas aparecer en la página, de todo esto obtengo un placer considerable. Pero al mismo tiempo tengo también otra sensación muy fuerte acerca de las palabras, que es nada menos que la de la náusea. Tanto peso de las palabras que nos enfrentan día tras día, palabras habladas... palabras escritas por mí y por otros, la mayor parte de ellos no más que terminología rancia y muerta, ideas que se repiten y permutan interminablemente, se vuelve perogrulladas, triviales, sin sentido. Cuando esta náusea se produce, es muy fácil ser avasallado por ella y retroceder hacia la parálisis. Pero si es posible hacerle frente, seguirla a fondo y traspasarla, entonces será posible decir que algo ha sucedido, que algo, incluso, se ha logrado.

4/3/1962
Harold Pinter