lunes, 23 de febrero de 2009

interrogaciones

M-No tengo el apetito de escribir, no tengo el deseo de decir nada.
Pero puede ser que tal vez sea ése el inesperado momento que he andado esperando; el momento en que yo, ya no desee decir nada de mí. Tengo sin embargo la imprudencia o la ambigüedad de quien retorna a la escritura por poder partir de sí, y junto a ello, por ello, a este hablar de sí.

A-Pero este retorno, (no cabe duda que lo es) no es una remisión cualquiera del ejercicio del desplazamiento permanente, lo mejor todavía de él es que aún no lo podremos determinar (¿y cuánto tiempo es eso?, ¿y cuán obvia es la remisión a la provocación derridana?).

M-Hay un juego de revelaciones permanentes en el juego de la exposición, en que toda desnudez se ejercita a partir de desligares que nunca arrojan una sola relación externa, donde todos son la densidad de las pieles; ¡tan finas y tan materiales! Así, me dejo volver, me dejo estar, otra vez aquí, una vez más.
Poder andar por ahí, libre como expuesto, como quien se cree solo.

A-He ahí, el solitario. El que no sabe sino monologar y esperar a quien le interceda para… ¿qué? Hablar, no es desde ya, la primera intención de un solitario. Pero, quien dice, acaso tenga la amabilidad de quien sabe silenciar y esperar a que le hablen. Aunque no como un tercero, ajeno, desvalido y… ah, muy anciano.

M-No obstante, he ahí que el invierno será primavera cuando se supere.

A-Eso puedes decirme a mí ahora, que estás muy orgulloso de tu pararrayo de vanidad que soporta con ardua fragilidad a las intempestivas tormentas. Pero esto es lo imperdonable en ti, y con esto te anuncio lo que te condenará; tienes poder y no quieres dominar.

M-Tú no entiendes que ocurrió en mí, que ahora sólo quiero una cosa de ya no querer nada, y ésa es, que quiero malograrme.

Descenso del sol del día en su crepúsculo.