miércoles, 5 de mayo de 2010

Entre tanto

En una limitación espacial, geográfica, restrictiva a la tendencia de recorrer distancias propia de nuestra especie, se encuentra toda la libertad posible. No hay más. Ya está ahí, toda ella. Y con ella, todo lo que difiere, lo limitado, lo condicionado, en estado de reclusión.
Todo eso otro, en su reclusión, es libre. Y ello es libre, porque podrá, alguna vez, desprenderse de ella, de algún modo u otro. O ella se desprenderá de ello, probablemente. Mientras, ello debe ocupar el tiempo, o mejor, horadarlo, de cualquier modo, del modo que sea, con tal que lo haga.
De a ratos, la inmensidad del sol en el cielo es total, y se queda ciego y tostado, pues no hay lugar para un refugio. Pero afortunadamente no falta la noche, con el descanso o el temor que se presentarán de una u otra manera.
Y ahí está pues, todo ello, esclavo de un espacio, bajo la condena del tiempo. Con la libertad de su limitación. Con ella, para jugársela contra su límite, como mejor puede, con toda su inocencia, que no contempla lo que sostiene al límite que ella cree el fin.
El límite no termina ahí. No termina. Se corre siempre un poco más. Y mientras tanto, movimiento. Torpeza de insistir. Buscar. Encontrar. Perder.
Todo eso mientras la inocencia se mantiene en pie ante aquél límite. Siempre es inocencia por limitación a un cuerpo, sometido a un espacio, pagando con su tiempo.
Ese tiempo que ya no le pertenece, que está vendido; ello es el recibo de ese pago.
Pero la tiene a ella, la libertad entera, para llegar a romperse en un choque contra ella.

Todavía hay tiempo, la libertad entera.