viernes, 24 de abril de 2009

Extirpación Nro 5

El Proceso de transvaloración entre el carácter diferencial de las fuerzas que componen mi nombre: mi inconsciente afirmó la decadencia, y llevó a que mi actividad corporal afirme todos mis vicios, del mismo modo que todos mis placeres. De esa forma, los niveló, los puso a la par. Luego mis placeres y mis vicios, se contaminaron de su otro respectivo: mis vicios, un placer; mis placeres, un vicio. Perceptiblemente previsible, y sin embargo, siempre inconsciente, esa dinámica se acentuó en una circularidad. La circularidad en forma de hábito, en una cotidianidad que permite figurarse en un círculo, cuando el individuo se encuentra situado en una débil organización de las fuerzas, ante la solidez obcecada en la figura del círculo, una imaginación, una memoria, ya con el círculo, han de convertirlo en el laberinto del cual, aquél, no encuentra fuga aunque su posibilidad la intuya. Esto se debe a que lo terrible o siniestro del laberinto, es que como su círculo es en permanente desplazamiento, en su desligamiento produce una temporalidad extática, en la que se está siempre en el mismo sitio, y un lugar u otro, no hacen la diferencia: todas sus puertas y pasadizos “abiertos”, son el modo de su ser cerrado; lo que significa, dicho lúdicamente, que allí no hay tiempo, sino una infinitud trágica. Lo trágico es por una doble circunstancia en el pesar: el círculo patentiza un amor devenido en melancolía. Una y otra, como efectos envenenados, contaminadas de su contrario, acechadas por la muerte, se cristalizan con el sabor del presente continuo, haciendo luz acerca de la necesidad de impostar una eternidad que nos vea morir frente a ella. Esto no señala a un Dios categorialmente definido desde la razón, o la fe, porque tampoco remite a doctrina alguna. Pero sí remite a alg-o-uien como lo divino in absurdum, imposible absoluto de la serie, la fuerza inerte, negada, ausente, que contiene el laberinto. El laberinto, ahora con un trasfondo señalado, es la repetición de la perpetua decadencia de amar lo que no es, como de estar dolido por una no huella en el mundo. Un dolor que es parásito, infecundo y abisal. Un dolor que mi inconsciente al repetir el juego absorto, lo aleja sin poder irse, siendo una inútil espera, quedándose entre el vicio del placer y el placer del vicio.

Nosotros, los débiles, afianzamos todo aquello que no auguramos destruir, y por ello lo destruimos con el tiempo, debo decir mejor, que es el tiempo quien lo destruye, mas con ello a nosotros, aunque claro, ante esa demanda, el tiempo ya nos ajusticia antes, así la espera a un muerto, es de un muerto.