domingo, 27 de mayo de 2012

Kant, profesor de geografía

Alguna vez Kant confesó que ante la mesa de trabajo donde todos los días le reclamaban la primera sumisión sintió generosas ansias de fuga. La exposición de las ideas ajenas, la construcción de su propio pensamiento, eran una gran aventura, pero no una fuga. El cuadro rígido de las categorías del entendimiento, el imperativo moral, eran el molde y el hilo con el que iba "tejiendo el sueño" de su vida. Sus propias palabras dicen, pues, que la suya era la quieta aventura del tejedor; grande, sí, como la aventura de los cielos estrellados, en los que otra vez buscaría un cotejo para su imperativo moral; pero las generosas ansias de fuga eran hacia otra aventura, más sensible, más humilde: la del viaje.


Ya en la vejez, después de haber sostenido durante treinta años que sin el conocimiento sensible del mundo el hombre queda como limitado, el filósofo de Koenigsberg se resignó y dijo que ese conocimiento podía obtenerse hasta sin viajar. La ciudad donde pocos años más tarde moriría —la misma donde había nacido— tenía un puerto y un río por donde pasaban, lentos, barcos cuyos tripulantes hablaban otras lenguas y tenían otras costumbres. También Koenigsberg era sitio propicio para el conocimiento del mundo. Hasta sin viajar; también Koenigsberg. Pero a pesar de ello, esperaba con avidez las cartas de Alejandro de Humboldt, viajero de quien todo el mundo "estaba como en suspenso"; y seguía hojeando las láminas de Blumenbach, que le mostraban animales raros: el cóndor, el colibrí, el perezoso, animales de América; y releía libros de aventuras en China, en el Labrador, en Nueva Holanda; y reproducía con el índice, en sus mapas, los itinerarios de Magallanes y de Cook.
De todo eso había estado hablando durante más de treinta años; y al publicar la "Antropología" quiso dejar constancia de que había tenido otra vida, además de la de sus "Críticas", y de que esa vida había sido hermosamente inútil para su gloria de filósofo. Treinta años dedicado a hablar de este mundo, del humilde mundo sensible que estamos obligados a conocer, porque "es en él donde realizaremos nuestra obra". Y en el prólogo de aquella "Antropología" se acordó, en sobrias líneas, del público no docto que había creído conveniente asistir a sus clases de geografía, y de su manuscrito, ilegible para todos, donde se habían amontonado y ordenado las anotaciones más heterogéneas.


Pero de esas clases tomaron apuntes, ávidamente, los alumnos; y así se reunieron tres manuscritos, que el mismo Kant habría revisado, y con los cuales se procedió a la edición de una "Geografía física", la más larga constancia de la vida del genio: 3000 páginas, en donde se habla de la viejita americana que a los 175 años de edad se conservaba lúcida, de los buzos que descienden al fondo del mar en busca de tesoros; en donde se describe ese monstruo —"bastante dudoso"— que se llama serpiente marina; en donde se habla de los subterráneos de París, recorridos por aquellos dos frailes que nunca regresaron (los cadáveres fueron encontrados, pero a uno de ellos le había sido arrebatada una mano); en donde se habla de las absurdas formas atribuídas a la tierra y se hace historia de los relojes para navegantes y se explican las tempestades, y en donde el nombre de Magallanes cobra mayor dignidad que el de Hume.
Para su público, más fácil —y en esos momentos más próximo— que el de los aspirantes al doctorado, habló en el tono de la anécdota, de lo insólito, de lo absurdo y del disparate. Y por eso pudo decirse que Kant fué un expositor entretenido y que sus clases eran un "verdadero pasatiempo". Nadie se atrevería a sospecharlo abriendo la "Crítica de la razón pura"; cualquiera lo comprende abriendo su "Geografía física".



Vicente Fatone, 
1939