viernes, 15 de julio de 2011

La música y el silencio

Los sonidos de la música pueden acabar con los duros bordes de las cosas. Gracias a ella algo empieza a fluir y el que la compone (y también el que la oye) se vuelve capitán de un RÍO...

El silencio es mi voz, es mi sombra, es mi llave...

[El silencio] se despliega, me bebe, me consume.

Mi enorme sanguijuela se acuesta en mí.

Contra el silencio, las palabras. Pero Michaux desconfía demasiado de las palabras, armas melladas, instrumentos rotos. Y más aún: signos con lo hostil que acecha:

Palabras, palabras que vienen a explicar, a comentar, a revolcar, a que sea justificable, razonable, real, prosa como un chacal.

Es preciso que jamás olvide: yo me asfixiaba. Yo reventaba entre las palabras.

Por eso, contra el silencio y contra la palabra: un piano. He de detenerme en lo que Henri Michaux dice del piano pues nunca nadie lo dijo de una manera tan perfecta:

Compañero que no me observa, que no me evalúa, que no toma nota, que no conserva huellas, compañero que no exije, que no me obliga a prometerle nada.

Con él, todo tan simple.

Yo me acerco. Él está listo.

Yo traigo la obsesión, la tensión, la opresión:

Él canta.

Yo traigo la situación irremediable, el vano despliegue de esfuerzos, el fracaso de todo junto con la mezquindad, las precauciones llevadas por el viento, por el fuego, por el fuego, sobre todo por el fuego:

Él canta.

Yo traigo inundación a la sangre, el rebuzno de los asnos contra la paz, los campos, el trabajo forzado, la miseria, los prisioneros de la familia, las cosas a medias, los amores a medias, los impulsos a medias, y menos que a medias, las vacas flacas, los hospitales, los interrogatorios policiales, los lentos agonizantes de las aldeas perdidas, los amargos vivientes, los dañados, aquellos que derivan conmigo sobre la helada y loca ladera:

Él canta.

Yo acarreo todo en desorden, sin saber lo que traigo, de quién, para quién, quién habla en la cesta de las llagas:

Él canta.

Él canta.

Para quien sabe buscar todo se vuelve búsqueda. Acercarse al piano y dejar que cante es acercarme al piano y dejarme cantar. Pero sobre todo es transformar el encuentro con el piano en un lugar de aprendizaje: Lo que yo quisiera es música para cuestionar, para auscultar; para acercarme al problema del ser: Michaux no quiere componer como un compositor, en particular no como un compositor occidental: quiere hacer música de gorrión, de gorrión no muy decidido, posado sobre una rama, de gorrión que trataría de llamar a un hombre...

Quiere una música para pedir auxilio en el horror, en el no saber, una música no parecida a ninguna a otra sino solamente parecida a él, música para reconocerse, para decir su nombre, una música que señale su lugar, que exprese su carencia de un lugar:

Una melodía pobre, pobre como la que le sería necesaria al mendigo para decir sin palabras su miseria y toda la miseria alrededor y todo aquello que responde miseria a su miseria, sin escucharlo.

Como un llamado al suicidio, como un suicidio comenzado, como un retorno perpetuo al único recurso: el suicidio, una melodía.

Una melodía de recaídas, melodía para ganar tiempo, para fascinar a la serpiente, mientras que la incansable frente siempre busca, en vano, su Oriente.

Las ondas pequeñísimas de la música nos consuelan del insoportable «estado sólido» del mundo, de todas las consecuencias de este estado, de sus estructuras... El tiempo, gracias a ella, se vuelve agradable de saborear.


Alejandra Pizarnik