viernes, 3 de julio de 2009

El último respiro del salmón

Para qué se le ocurre a ese animal volver al punto de origen, es una pregunta torpe que se puede hacer cualquier humano insensible en su ociosa vida de placeres. Para qué dejarse morir en una cama de hospital como si se tratara de una siesta más, podría replicar el salmón, en su privación de habla y de pulmones, al torpe individuo que sólo habla para creer que con hacer nada, hace algo al hablar. También podría ser en favor del salmón, espiar un poquito a ese hombrecillo, y descubriremos seguramente que vive como si se tratara de esa cama en la que morirá, andando por andar, creyendo que entreteniéndose, por estar con las comisuras de los labios ascendentes, ha conquistado la felicidad. Pero apenas se tratará de consuelos, puras migajas, y la fuerza de esa mentira será tan grande como su ingenuidad.
El salmón en cambio, reconoce su edipo, el salmón asume su destino en su tragedia, porque somos nosotros, quienes hablamos, los que decimos que el salmón retorna al origen. Él simplemente marcha, contra el curso del río, hacia algún sitio. Pero a todos nos asusta un movimiento que parece atentar contra el inicio de una historia.
No, queridos humanos, no es un segundo comienzo, no se trata de una repetición de la vida, tampoco se trata de morir en el origen, como algunos creen. De lo que se trata es de encontrar un paraje tan distinto, tan diferente y extraño, como familiar nos pueda resultar.

Por eso el hombre se consuela con las millas, con un pasaporte, con un vuelo. Pero la figura romántica del viajero, se olvidan estos inocentes, ha quedado catapultada en el siglo xix. Es verdad, tampoco hay droga o anestesia alguna que concilie la extravagancia de la vivencia con la rutina, eso también es mediocre.

La vida honesta es aquella que viaja sin un artificio como medio.
Yo mismo aquí, soy un piloto en su navio.
La vida honesta es un destino que nos queda lejos.