sábado, 3 de octubre de 2009

Libro de Manuel

–Pero tú la quieres a ella, Andrés. Yo soy tu contragolpe, lo que te devuelve por un rato a ella. No es un reproche, te quiero, lo sabes, te guardo como eres, en tu mundo, desde el otro lado donde no conozco nada, no conozco a nadie, a ninguno de tus amigos, la vida que haces con ellos, los sudamericanos que solamente encuentros en las novelas y en el cine.

–No es solamente culpa mía –le dije hoscamente–, toda esa tribu incluye a Ludmilla y ustedes dos han decretado que no pueden y no deben encontrarse por nunca jamás.

–Me pregunto cómo podríamos encontrarnos, qué bases podría tener una relación con lo que nos rodea, este mundo. Tú vas y vienes, como yo podría ir y venir si tuviese otro amigo; una vez, hace ya tanto, pensé vagamente que era posible, pero todo se quedó en eso, vagamente. Tú no nos quieres de veras, Andrés, es la única explicación posible, perdóname, ya sé que te asquea la psicología amorosa y todo eso, a ti te asquea todo lo que no te conviene en el fondo, perdóname otra vez.

–No es eso lo que me asquea, sino lo que hay detrás, la resistencia absurda de un mundo resquebrajado que sigue defendiendo rabiosamente sus formas más caducas. Querer, no querer, fórmulas. Yo he sido tan feliz con Ludmilla, era perfectamente feliz con ella cuando te encontré y vi que eras otro pliegue de la felicidad, otra manera de ser feliz sin renunciar a lo que estaba viviendo; y te lo dije en seguida, y tú me dejaste venir aquí sin condiciones, aceptando.

–Siempre se acepta –dijo Francine– el tiempo es largo y una se dice que. Tal vez. Acaso un día. Porque el amor.

–La deducción es la misma, claro: ustedes dos son las que quieren de veras, mientras que yo, etcétera. Mirá, todo se me ha hecho trizas con Ludmilla, lo sabés, porque tampoco ella ha aceptado, porque no sirvió de nada ser honesto, ya lo sé, a mi manera, ser honesto es para mí que ella y vos sepan que hay vos y ella, eso es todo, pero no anduvo, no andará jamás, vivimos un tiempo en que todo está saltando por el aire y sin embargo ya ves, esos esquemas siguen fijos en gentes como nosotros, ya te das cuenta de que hablo de los pequeñoburgueses o de los obreros, la gente nucleada y familiada y casada y chimeneada y proleada, ah mierda, mierda.

–Y tú –dijo Francine que casi se divertía– juegas a U Thant entre Ludmilla y yo, el conciliador, la abeja entre dos flores, algo así; me gustaría verte tomando café con las dos al mismo tiempo, o llevándonos al cine del brazo. Ah, me sacas de mis casillas.

–Ojalá mi amor, ojalá.

Julio Cortázar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ah, mierda, mierda.!