lunes, 27 de junio de 2011

60. Las mujeres y su acción a distancia

¿Sigo teniendo oídos? ¿Soy oídos y nada más? En medio del ardor del oleaje marino espumoso y centelleante que alcanza mis pies, sólo me llegan aullidos, amenazas, gritos estridentes; mientras que en su antro más hondo, el antiguo sacudir de la tierra canta ronco su melodía como un rugiente toro. Al hacerlo, va siguiendo el compás con el pie con que sacude de una manera tal que hace temblar el corazón de los demonios de estas rocas desmoronadas. Entonces, como surgido de la nada, en las puertas de este laberinto infernal, a sólo unas millas de distancia, aparece un gran velero que pasa como un fantasma deslizándose en silencio. ¡Oh, fantasmal belleza! ¡Qué encanto ejerce sobre mí! ¿Llevará ese barco todo el reposo taciturno del mundo? ¿Mi propia felicidad, mi yo más dichoso, mi segundo yo eternizado, no se habrá sentado ahí, en ese lugar tranquilo, no muerto aún, pero ya no con vida, deslizándose y flotando, como un ser intermedio, espectral, silencioso y visionario, semejante al navío que con sus velas blancas se cierne por encima del mar como una mariposa gigantesca? ¡Ah! ¡Volar por encima de la existencia! ¡Eso, eso es lo que habría que hacer!... ¿Me ha convertido, entonces, todo ese tumulto en un extravagante ser? Toda gran agitación nos lleva a situar imaginariamente la felicidad en la calma y en la lejanía. Cuando un hombre es presa de su propio tumulto, se encuentra en medio de la marea de sus impulsos y proyectos; sin duda que entonces ve ante él deslizarse también a unos seres encantadores y silenciosos, cuya felicidad y retiro envidia... Esos seres son las mujeres. Le encanta creer que allí, entre las mujeres, tal vez habite lo mejor de su yo; que en esos lugares tranquilos, hasta el más violento tumulto se serenaría en un silencio de muerte y que la vida se convertiría en el sueño de la vida misma. ¡Sin embargo! ¡Sin embargo! Noble exaltado, hasta en los más bellos veleros persiste el mismo rumor y griterío y, por desgracia, ¡qué lamentable griterío! El encanto y la acción más poderosa de las mujeres es, hablando en términos filosóficos, una actio distans, una acción a distancia, aunque para ello sea necesario sobre todo... ¡distancia!


F. W. Nietzsche,
La Gaya Ciencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La seducción de la mujer opera a distancia, la distancia es el elemento de su poder.

Pero de ese canto, de ese encanto, hay que mantenerse a distancia; hay que mantenerse a distancia de la distancia, y no sólo, como podría suponerse, para protegerse contra esa fascinación, sino también para experimentarla.

Es necesaria la distancia (necesaria), hay que mantenerse a distancia (Distanz!), cosa que no hacemos, cosa que olvidamos hacer y esto se parece también a un consejo de hombre a hombre: para seducir y para no dejarse seducir.

Si hay que mantenerse a distancia de la operación femenina (de la actio in distans), lo que no se resuelve con una aproximación simplemente, salvo a arriesgar la muerte misma, es porque “la mujer” quizá no sea nada, la identidad determinable de una figura que se anuncia a distancia, a distancia de otra cosa, y susceptible de alejamientos y aproximaciones. Quizá sea, como no-identidad, no-figura, simulacro, el abismo de la distancia, el distanciamiento de la distancia, el corte del espaciamiento, la distancia misma si además pudiera decirse, lo que es imposible, la distancia ella misma.

La distancia se distancia, la lejanía se aleja. Aquí hay que recurrir al uso heideggeriano de la palabra Entfernung: a la vez la separación, el alejamiento y el alejamiento del alejamiento, el alejamiento de la lejanía, el des-alejamiento, la destrucción (Ent-) constituyente de la lejanía como tal, el enigma velado de la proximidad.

La abertura separada de esta Entfernung da lugar a la verdad y la mujer se separa de ella misma.

No hay esencia de la mujer porque la mujer separa y se separa de ella misma.

Engulle, vela por el fondo, sin fin, sin fondo, toda esencialidad, toda identidad, toda propiedad. Al llegar a este punto el discurso filosófico, ciego, zozobra -se deja arrastrar a su perdición.

No hay verdad de la mujer porque esta separación abisal de la verdad esta no-verdad es la “verdad”. Mujer es un nombre de esta no-verdad de la verdad.

J. Derrida; "Espolones, los estilos de Nietzsche"